martes, 18 de enero de 2011

LAS ESCUELAS ATRAVIESAN UNA CRISIS DE SENTIDO

Hay que abolir la escolaridad moderna para crear una nueva estructura acorde con los tiempos

La escuela es un producto histórico, una verdadera construcción cultural sometida a las condiciones de aparición y de construcción de la civilización occidental. Pero la escuela ya no es lo que era y está envuelta en una crisis compleja que la mayoría de los actores prefieren atribuir a causas externas: el gobierno, la organización, el sistema, las reformas, el descuido de las familias, el desinterés de los alumnos, la falta de profesionalismo de los docentes, la infraestructura, el presupuesto, etc. Pero la realidad es que vivimos una nueva era y nos hemos olvidado de recrear para esta nueva era las instituciones que puedan responder a los verdaderos principios (constructores de nichos de valores y de humanidad) y al mismo tiempo satisfacer pragmáticamente a las demandas del presente.

Normalmente nos acostumbramos al funcionamiento de las instituciones y concluimos que la presencia de las mismas en nuestra sociedad y en nuestra cultura es imprescindible, necesaria, natural. Se asocian a una temporalidad indefinida: existen desde siempre y para siempre.
Algo así sucede con las escuelas. Habituados a ellas, instaladas en el paisaje de la modernidad, familiarizados con su funcionamiento y deudores en mayor o en menor grado de sus beneficios suponemos que toda educación se asocia y se concentra necesariamente en la escuela… y que su eventual desaparición o metamorfosis representaría un verdadero caos para la cultura y la humanidad.
Sin embargo, la escuela es un producto histórico, una verdadera construcción cultural sometida a las condiciones de aparición y de construcción en un momento dado de la civilización occidental. Por lo tanto, solamente el esfuerzo por desnaturalizarla habilita la posibilidad de un cambio verdadero, de una auténtica transformación, de una adecuación real, efectiva, productiva a las necesidades y demandas del mundo que vivimos y al futuro que nos espera.
Demasiado apegados a las formas históricas, artificialmente atrincherados en la repetición fiel de lo que siempre se hizo y se hace, nos cuesta asumir una perspectiva histórica para rescatar los aspectos esenciales que nunca podrán negociarse y determinar los aspectos determinados por los contextos que necesariamente deben ser reconstruido al calor de los cambios producidos por la sociedad y las ideas.
Lo que aun hoy entendemos por escuela no nos remite necesariamente a los orígenes de la civilización o la tradición cultural greco-romana, ni siquiera a las variadas y alternantes formas de educación producidas a lo largo de la edad media. Lo que denominamos y reconocemos como escuela es un producto específico de la modernidad. Solo en el contexto de la compleja trama que acompaña la conformación del período moderno podemos encontrar los elementos constitutivos de la escuela.
Desarticulada la estructura medieval, bombardeada por una serie de transformaciones que revolucionaron el curso de las ideas y redefinieron las instituciones y la forma de vida, fue necesario crear una institución que oficiara de referente y que le otorgara sentido, desarrollo y continuidad a las nuevas configuraciones sociales.
Afianzar ideas
La educación deja de ser un territorio privado apenas recorrido por los diversos poderes, para convertirse en un espacio público, verdadero instrumento de invasión, control y combate: planificar la educación y darle el curso necesario implicaba encontrar un instrumento disponible para la transformación de las estructuras. Rota la unidad cristiana, disuelta la seguridad de las ideas y de las creencias, envueltos en una nueva concepción del tiempo y del espacio, invadidos por una visión renovada de la sociedad, del poder y del estado, desconcertados por el nacimiento de una nueva ciencia asociada a la tecnología, preocupados por definir criterios gnoseológicos y metodológicos racionales y de validez universal, la sociedad y los hombres modernos fueron descubriendo y construyendo en la escuela el medio para afianzar las ideas, difundir las verdades, desarrollar la razón, transmitir la cultural, formar en la fe, preparar a los súbditos o ciudadanos, generar fuerza de trabajo, contagiar de entusiasmo a los futuros soldados, disciplinar a la población.
No es que antes de la modernidad no hayan existido diversas formas escolarizadas de educación, sino que es la modernidad la que, descubriendo el valor de la escuela, le otorga paulatinamente a la lógica de la educación escolarizada, el formato necesario para convertirla en el instrumento social que necesita, al tiempo que la convierte en una institución con identidad y fuerza propia.
A partir de entonces la educación se identifica con la escuela y ambas se convierten en un recurso asociado al desarrollo de las ideas fundamentales de la modernidad. Las diversas instituciones y los circuitos de poder encuentran en la escuela su oficina de difusión más efectiva y más fiel. Cuanto más productiva sea su presencia mayor respaldo recibirá la escuela, fortaleciendo su presencia en la sociedad.
A partir de entonces, la escuela creció y se desarrolló respondiendo – como espejo fiel – al desarrollo hegemónico del proyecto moderno. Su coherencia respondió, sobre todo, a la reproducción de los discursos vigentes y a la fidelidad con que reprodujo en el plano discursivo y en la definición de sus estrategias - enseñanza, aprendizajes, transmisión de la cultura, moralización y formación de habilidades básicas - la difusión de las grandes ideas, programas y desafíos de la modernidad.

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