viernes, 16 de enero de 2009

REFLEXIONES

En una reunión de personas muy importantes, empezaron los discursos de los representantes de las diversas profesiones.
El primero en hablar fue un ingeniero, quien hizo sentir que la casa que la cobija, que el transporte que lo había traído a la ciudad era obra de los ingenieros y arquitectos.
El militar, expresa que la seguridad de la cual gozaban todos en ese momento era efecto de la actuación de las fuerzas armadas y policiales.
El representante de los abogados hizo sentir que sin ellos no se aplicarían las leyes, normas, ni habría una vida civilizadamente organizada.
El médico expuso, que sin su actuación muchos de los que hoy lucían saludables y optimistas estarían quizá ya muertos o postrados en sus camas.
En fin, hablaron muchas otras personas.
Hasta que de pronto alguien descubrió a un hombre que no había hablado, aunque permanecía con los ojos atentos. Al parecer por su expresión, se sentía complacido y feliz.
Le pidieron que dijera algo. Puesto de pie agradeció la atención, expresando que estaba de acuerdo con lo que habían dicho los representantes de las diversas profesiones que le antecedieron en el uso de la palabra, que estaba admirado de la nobleza y satisfacción que sentían por lo que cada uno de ellos realizaba. Pero expreso: ¿Existirían arquitectos, militares, médicos, abogados y además trabajadores sino existieran los maestros?.
Todos se miraron, asintieron y aprobaron.
Ahora les explicaré ¿Por qué estoy contento? Porque compruebo que cada uno de ustedes se sienten honrados y satisfechos de lo que tienen y logran porque de lo contrario, no hubiesen ciudades ordenadas, campearía la inseguridad en las calles, las leyes no se respetarían; entonces los maestros habríamos fracasado y en vez de reconocimiento mereceríamos ser condenados.

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